Crónica de la Revista de la Universidad de Mexico

El siguiente artículo sobre el libro de Ruperto Long, fue publicado por la prestigiosa revista de la Universidad de Mexico bajo la firma de César Arístides

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Isidore DucasseLibro de la maldición, la conjura blasfema y la ternura salvaje, del bestiario infernal y el alarido frente a Dios, Los Cantos de Maldoror nos dejan una cicatriz imborrable por su poderío expresivo y su violencia más allá de los infiernos y las pesadumbres. Poesía en prosa de la perdición, el derrumbe existencial y los paisajes terrenales y oníricos calcinados por la alegoría macabra, Los Cantos son un clavo tenaz y podrido que marca con siniestra dulcedumbre la vida de numerosos escritores, músicos, pintores,
filósofos… su autor, el Conde de Lautréamont, escapó del abandono y la indiferencia para quebrar los siglos con su voz ornada por el estruendo y su armonía tenebrosa.

Pero, ¿quién es el autor de esta obra única, encantadoramente subversiva? ¿En qué pantano hundirse para saber más de su violencia seductora? ¿Por qué nos hipnotiza desde un óleo de Paul Delvaux o Yves Tanguy, nos confronta febril desde una pintura de Max Ernst, Giorgio de Chirico o Francis Picabia, nos muerde con su inocencia en una escena del primer Buñuel? ¿Es Lautréamont “el otro”, el demonio; o el antípoda bruno del Conde de Montecristo?

No dejaré memorias. El enigma del Conde de Lautréamont comparte con los lectores una investigación fascinante sobre el rumbo y los pasos de tan singular poeta. Se vale de la indagación bibliográfica y hemerográfica, y del estudio de diversas expresiones intelectuales de este siglo. Biografía novelada, señala de manera categórica dónde nació Lautréamont, quiénes fueron sus amigos y qué opiniones tenían de él, qué mujeres amó, las frustraciones de su vida como escritor, las fechas de sus travesías de América hacia Europa, el suicidio de su madre, su escuela asimilada como “la mansión del embrutecimiento” y muchos datos más, hasta hoy desconocidos, de este demonio con rostro de azoramiento y penumbra melancólica.

Ruperto Long ofrece una obra llena de añoranza y vasos comunicantes colmados por lo sorprendente. En el libro asevera que el poeta nació “en una vieja y sencilla casa de una planta, pintada de color rosa, con ventanas enrejadas, ubicada en el número 9 de la calle Camacuá, esquina Brecha”, el año de 1846, en Montevideo; que sus Cantos son también una suerte de mustias profecías que afectan no sólo el entorno parisino, representan el bramido de inconformidad emitido por un hombre que hace bella y esplendente la tiniebla, la fractura moral y la fauna mítica que borda con sus hilos lo demencial.

Considerado por críticos y escritores como autor francés, por su educación en severos colegios a los que fue enviado por su padre (en aquellos años canciller de la Legación de Francia en Montevideo), y por sus tentativas literarias en París, gracias a la ardua investigación de Ruperto Long, aderezada por lo fantástico, lo anecdótico, se revelan los orígenes de Isidoro (no como tradicionalmente se supone, Isidore, según la partida de nacimiento) Lucien Ducasse Davezac; nos enteramos de cómo era el barrio de su niñez, del encanto de aquel Uruguay en búsqueda de consolidación y fortuna, poblado de europeos. Gracias a las pesquisas descubrimos que gran parte de la esencia de Los Cantos nació de aquel abrigo montevideano, de ese viento frío, implacable, sentencioso; sabemos de la contemplación del mar cuando muy joven Isidoro se hundía en la fascinación del viejo océano, y también de esa Sudamérica tocada por el empuje del desarrollo industrial y tecnológico, así como de la decisión del joven uruguayo de buscar en París la comprensión y la consagración de su primavera rebelde y voraz.

Destaca un propósito temerario y noble en este libro: exhumar a Isidoro Ducasse del Parnaso francés y llevarlo a Montevideo, reivindicar la figura sombría y ultraterrena de Lautréamont, revelar la fuente vital de inspiración que han soslayado, por ejemplo, Walter Muschg (en su grandiosa Historia trágica de la literatura ni siquiera se ocupa del Conde); Gaston Bachelard (para quien, como lo es más o menos para Breton, Ducasse es un demonio sagrado cuyo origen no es Montevideo, no un lugar terrenal, sino la alucinación, las flores del mal y la invocación de la pesadilla; en su libroLautréamont, Bachelard habla de la zoología siniestra de Ducasse, una suerte de bestiario de la voluptuosidad maldita, de la conciencia primitiva creadora, pero los datos del poeta son, como en otro estudio notable, el de Lautréamont y Sade de Maurice Blanchot, escasos y parcos, cabe decir que en el trabajo de Blanchot prevalece el enfoque crítico, el contexto literario de los salvajes/condenados iluminados), pero pocos se acercan a la raíz geográfica y espiritual de este personaje y a lo largo de sus páginas Long confirma: la raíz es Montevideo.

Y aunque sabemos que gran parte de su corta vida la pasó en Francia, y que los conocimientos adquiridos desde el colegio de Tarbes, hasta las buhardas, librerías y bibliotecas de París, resultaron primordiales para la consumación de Los Cantos, los aires uruguayos surgen impetuosos en su obra, el embrujo de sus mujeres de carnaval, las madrugadas frías y más, por la audacia de Long se revela que la frase más aclamada por los surrealistas: “Bello como el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de disección”, surgió ¡de la contemplación de un catálogo de máquinas y herramientas industriales que llegó a sus manos en París, proveniente de Montevideo!

No dejaré memorias nos habla de un joven Isidoro Ducasse solitario, agobiado por la disciplina del liceo, de inteligencia notable e imaginación febril; además confirma —lo hizo también Christopher Domínguez en su texto de presentación aRimbaud de Marcel Binion— que la represión escolar y la presencia densa del castigo y la condena a la que se vio sometido —como el joven Dedalus en El retrato del artista adolescente, o en los recuerdos de infancia del enervante melancólico Thomas Bernhard— nutren sus emblemas trágicos e imponen a su vida la aureola seductora de la entidad rebelde, del ser que va del candor a lo blasfemo, que sufre la patria lejana, el entorno de oscuridad e incomprensión.

Ruperto Long nos habla de los dos amores que tuvo nuestro antihéroe, la joven y bella montevideana Julia, modelo del amor idealizado, el anhelo que camina a un lado de la duda y el encanto, y Elisa, la femme fatale que lo saca de su ensimismamiento, le brinda sus encantos no como la prostituta vulgar que naufraga en ilusiones, sino como la hermosa cómplice, la mujer errabunda que comprende la angustia del escritor, por eso está tan cerca de él, nadie se lo dice pero sabe que Isidoro es el infierno en una flor, el llanto en una bestia, y lo acompaña hasta su muerte.

libroNo dejaré memorias detalla cómo se dio la publicación del primer Canto, el cual apareció sin firma y pasó sin pena ni gloria; por qué su editor se resistió a distribuir la obra completa y cómo sus escritos fueron arrumbados. Narra los momentos en que nuestro poeta buscó desesperado que su obra alcanzara los estantes y repasa con brutalidad la caída, la enfermedad y la muerte del artista, sin asistencia ni consuelo. Entonces sabemos que Jules Dupuis, dueño del hotel donde vivía, y su camarero Antoine Milleret, lo encuentran muerto el 24 de noviembre de 1870:

Finalmente logran ingresar a la habitación, y si bien no perciben ningún signo de miedo o dolor en su rostro, constatan lo que todos sabemos… Isidoro Lucien Ducasse, hombre de letras, de 24 años de edad, nacido en Montevideo (América meridional), fallecido esta mañana en su domicilio de la calle del Faubourg-Montmartre No. 7… Sobre la mesa de luz, al lado de la cabecera de su cama atestada de libros y papeles, los restos de un cirio apagado, las obras de Edgar Allan Poe y Eugène Sue, el grabado que le recordaba a su madre, junto a otro de Honoré Daumier mostrando el océano en toda su insondable y atemorizadora majestuosidad.

El lector lo advertirá: Ruperto Long enlaza sucesos y personajes de manera audaz para recrear los momentos esenciales de la vida de Lautréamont. Desmenuza la atmósfera político social que marcó su niñez en Uruguay y los últimos años en medio de la invasión prusiana; rescata conversaciones de un joven Octavio Paz con Camus, en las que el autor de La peste es advertido sobre el descontento que producirá en Breton y sus seguidores sus comentarios sobre Lautréamont; incluso habla de anécdotas simpáticas en donde un enamoradizo diplomático mexicano (Alfonso Reyes) es regañado por el presidente de su país (Cárdenas) por su indiscreción seductora.

Dejo para el final la mención a la parte medular de este libro: la historia que sustenta No dejaré memorias es realmente delirante, lúdica y atrevida. Ruperto Long confiesa en la penumbra —con diabólica sonrisa o mística devoción— que esta indagación sui generis tiene su origen en un manuscrito que llegó a sus manos de manera azarosa. El escrito fue hallado en un sitio devastado por un terremoto, para ser precisos ¡en la hostería El Pailón del Diablo, de un poblado llamado Azotes! Long apunta que las personas que se lo entregaron dicen que perteneció a un joven uruguayo, flaco, encorvado y de aspecto extraño —con la misma facha triste de Isidoro Ducasse—, un investigador literario tras los pasos de una poeta quiteña tocada por la tragedia —¡alma gemela de Isidoro!— de nombre Dolores Veintimilla. Long descubrirá en estos papeles datos y especulaciones sobre la vida y la obra del autor de Los Cantos de Maldoror; el supuesto hallazgo, entonces, tiene la misión de compartir la fascinación y la profecía lautreamontianas, más allá de lo cierto y lo comprobable. Así, Ruperto Long se vale de un espejo sombrío para que Isidoro Ducasse fantasma, espectro vagabundo, nos deje su rastro para saber un poco más de su abismo y grandeza; consciente del riesgo, pasa de la novela a la biografía siempre atinado, resuelto, con una pluma luminosa y decidida.

No dejaré memorias es un documento extraño y lúdico que estremece y eleva la figura del Conde de Lautréamont a los paraísos de su blasfemia y conjuros. No sabemos si las amantes de Isidoro existieron, tampoco si —como señalan sus páginas— de verdad su libro fue quemado en un poblado de Argentina por considerarse impuro, entre muchas otras cosas: no importa. Agradecemos a Ruperto Long su notable alucinación y sugerente elaboración biográfica, su capacidad para reconstruir una historia azarosa valiéndose de apuntes críticos, bibliotecas, papeles de la época, ensayos gozosos sobre escritores malditos, atenta lectura de surrealistas, existencialistas y poetas condenados. Sin duda, su estilo e imaginación complacería al mismo Lautréamont, si acaso lo duda el lector, sólo entre en las páginas de este libro, id allí si no queréis creerlo.

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Ruperto Long, No dejaré memorias. El enigma del Conde de Lautréamont, Aguilar, Montevideo, 2012, 304 pp.

César Arístides 

Nació en la Ciudad de México, en 1967. Poeta, editor y reseñista literario. Premio Internacional de Poesía Benemérito de América en 2004 por Murciélagos y redención. Su trabajo se incluye en diversas antologías. Su obra poética se encuentra en los libros: Umbrales de la rabia y la convalecencia, APALBA, Sonora, 1998; Duelos y alabanzas, IPN, 2002; Prodigios de tu espalda y dentadura, APALBA, Sonora, 2002; Retablo y desconcierto sobre agosto, Tábano, 2003;Evocación del desterrado, UV, Xalapa, 2003; Murciélagos y redención, UABJ, Oaxaca, 2004; Barranco/Ravin (versión en francés de Elena Preciado Gutiérrez; ilustraciones de Doria Beatriz), Agrupación para las Bellas Artes, Ciudad Obregón, 2007; Labios del abismo y la fractura, Conaculta, 2007; De la vida retirada, Agrupación para las Bellas Artes, Ciudad Obregón, 2010; Mañanas de escuela, Alfaguara Juvenil, 2011.

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La Revista de la Universidad de México es la publicación universitaria en circulación más antigua del país. Poco después de lograda la autonomía universitaria, en noviembre de 1930 se retomó la publicación del Boletín de la Universidad de México, que había fundado el rector José Vasconcelos en 1922. Dirigido por Julio Jiménez Rueda, el boletín funcionó durante esos años como el órgano de comunicación de la comunidad universitaria. En 1946 se convirtió en la Revista de la Universidad de México, con un perfil más académico, humanista y literario. Desde entonces ha sido dirigida por destacados intelectuales que le han impreso un sello distintivo a las diversas épocas de la publicación.
En sus páginas han colaborado generaciones sucesivas de intelectuales, artistas y científicos mexicanos, por lo que constituye un referente central para el estudio de las fuentes literarias, académicas e intelectuales del México contemporáneo.

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